lunes, 23 de abril de 2007

Que ese día coincidiera con la fecha de mi nacimiento pero 22 años después, sinceramente me era indiferente. Casi que me-chu-pa-ba-un-hue-vo. Solo era una buena -más bien excelente- excusa para reunir a toda la gente que estimo (de una manera u otra) en un mismo punto espacio-temporal. Asi fue que empezaron a caer uno tras otro, con fervientes saludos, entre chorreantes sanguches de vacío y vino tinto del no tan bueno. Lo bueno fue que, una vez saciadas las ansias de carne (vacuna) por parte de las huestes, la noche fue cediendo y los grupitos fueron fusionandose, cuales tribus de hormigas en un recién acabado hormiguero. Asi, litros de cerveza de por medio, los de aqui entablaron tertulia con los de allá, y los del fondo brindaron con los de abajo. Irrumpió una guitarra, la cual a expensas de trillados y recontrabastardeados clásicos de ayer y hoy del rock nacional unió en fervorosos coros las disímiles voces. A esta altura de la noche, no se podía diferenciar quien había venido con quien. Y uno ... feliz, y si. Feliz por poder sentirse cómodo en un ambiente donde supuestamente uno es bien conocido. Supuestamente... bueno, que mierda, feliz de todas formas. De ahi en adelante, lo previsible, lo cómodo y hasta cierto punto reconfortante. Terminamos todos alegres y sacudiendo las cachas en un sucucho de la zona. Ahora, ustedes imaginense todo esto, pero encima habiendo recibido una mega-edición de Cien años de soledad descomunal, una que otra novela de Roberto Arlt y Juan José Saer y variados discos de Jazz. La sumatoria temporal y material de todo lo anteriormente mencionado no puede NO proporcionarle a uno un instante de felicidad. Después, de vuelta a la cruda realidad.

1 comentario:

Ivana dijo...

Bienvenido a la cruda realidad, en la que siempre seguirás teniendo al jazz, a Arlt; agujeritos por donde escaparse.