domingo, 11 de noviembre de 2007

Ninguno está excento, desde el día en que nace, cada ser está condenado a no estar excento, a ser un marginado, un aislado, a sufrir. Yo soy discriminado, vos también, si cada uno de nosotros tantas veces fue tan imprudente, tantas veces como todos. Y nosotros discriminamos todo lo que él NO discrimina. Vaya paradoja de nuestra maldita conciencia colectiva, si había algo que él no hacía, si le faltaba solo eso, pues nos encargamos nosotros. Qué número falta para el cartón lleno? No te quepa duda que lo tenemos nosotros. Entonces pienso que hay una cierta complicidad, entre él y nosotros. De a poquito le vamos aplanando el terreno, cortando la maleza, y una vez que entra a jugar, le cobramos todas a favor. Estamos todos jugados, todos tenemos un cartelito en la frente que nos indica la fecha de vencimiento, solo resta esperar, y mientras tanto joderle la vida al que ya está vencido, como si tuviese poco. Pero a alguien le debe de cerrar el sistema, alguien cena su portentoso caviar y se saca la basurita de entre los dientes mientras todos, absolutamente todos, incluido él, nos morimos. Muero, mueres, y sobre todo mueren. De a poco, sin saberlo, engañados, vamos desgarrandonos, desangrandonos, mientras la gran mancha nos abraza, nos mece suavemente, nos sopla en el oído, y creemos que no es nuestra cuna la que mece, sino la de otro. Siempre de un tercero, y cuando no haya más terceros será un cuarto, o un quinto, sin duda. Lo peor de nosotros, es que llevamos la misma marca en la frente, pero lo ignoramos. Escupimos a Caín en su llaga, alabamos a Abel, y como ya habrían de adelantarnos otros más sabios, el mundo equivocado, elevando sus principios y sus motores elementales sobre un cimiento de farsas, todos Caín, un solo Abel, y por ignorarlo lo dejamos entrar. Y cuando entró, no pudrió al HUESPED, sino a quienes lo rodean, a quienes señalan la llaga en su frente, sin el coraje de sentirla y reconocerla en este espejo de curiosas simetrías que somos lo seres humanos. Yo quiero repetir hasta el infinito la pregunta sin respuestas, buscar una razón inexistente, imitarme sin sentido, todo para nada, pero es que no encuentro una mejor manera de SER, no se puede evitar. Aun asi, durante el día, el rayo de sol sobre la cara nos hace olvidar (a los pocos que alguna vez recordamos) y caer sin remedio otra vez en la moral del traidor, del prejuicio y las segundas piedras, señalar otra vez al marcado, señalarlo tapandonos los ojos y de coté, como quien no quiere la cosa, "sin querer" decimos para dormir tranquilos. El día que todos nos hagamos desaparecer, que no haya frente limpia que valga, que el llanto del marginado sea el llanto de todos, que el gran hijo de puta ría victorioso y su risa tape todos los sollozos del mundo, nos preguntaremos de donde viene tremendo estrepito de alegría, y no nos podremos responder -igual que yo no me puedo responder en este momento-, ahi, en ese instante algún otro iluso como yo, como vos, que por un brevísimo lapso de su insignificante y apurada existencia se dejó caer en los mares del lamento, escribirá un parráfo maldito, absurdo y lamentable, en el cual se reconocerá, y lo reconocerán, como otra mierda más. Como otro ser humano más.

1 comentario:

Ignacio Martín dijo...

¡A la mierrrda, pibe!

Después de un texto así, me librás de toda obligación de opinar algo inteligente, porque diga lo que diga, no estaría al nivel.

Es el tipo de escritos que te dejan exhausto. Es de esas trompadas que le duelen al que la recibe... y al que la da, también.

De veras no me alcanzan las palabras. Tendríamos que hablar un día de estos, como otrora. (En cualquier momento me libero).

Un abrazo y por favor seguí.